martes, 28 de julio de 2015

Mi deseo de hacer las cosas bien se termino en la pagina doscientos de  American Goods, aquella celebre y multipremiada novela de Neil Gaiman. Luis me la recomendó, y yo muy respetuoso y creyente de sus opiniones, la pedí prestada para de una vez por todas darme aquel placer que mi buen amigo, nombrando algunos detalles de la novela me auspiciaba.
Una tarde sentado en el metropolitano, hecho trapo por un día mas de trabajo en la librería, daba lectura al prologo. Entusiasmado por las palabras que N.G escribía sobre su creación, me sentí ya completamente dichoso de la aventura que estaba punto de empezar. 
Para un hombre con responsabilidades múltiples es muy difícil buscarse el tiempo necesario y el lugar adecuado para leer, más que buscarlo hay que inventarselo. Y no es lo mismo leer en el ómnibus, tratando de invocar alguna fuerza sobrenatural que te aísle del ruido de fondo que suele acompañarnos. Desde la música abominable que te destroza los tímpanos por cortesía del chófer, hasta los discursos golosinarios de los vendedores que se despiden mentandote la madre cuando no colaboras con ellos. Pero cuando se quiere se puede y este humilde lector siempre anda fabricándose tiempo para leer, a pesar de cualquier desgracia doméstica o desorden urbano. 
Haciéndome un horario los domingos para poder leer antes que el ruido de la calle trepe por mi ventana y se instale en mi habitación, emprendí la lectura de American Goods. Soy un fanático de la literatura norteamericana por su capacidad para echarle mano tanto a la alta cultura como a la cultura popular, por su lenguaje pirotécnico, por las metáforas alucinantes, por la forma tan propia y única con que describen el mundo. En mi recuerdo aun relampaguean las paginas de En el Camino, El mundo según Garp, Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, La fortaleza de la soledad, los cuentos de John Cheever, todos ellos brillantes por su erudición y por la textura de su prosa llena de tantas sorpresas que ahora me hacían salibar, cada vez que acariciaba el lomo de A.G. A pesar y eso lo tenia muy claro, que N.G, no es americano. Pero saber que fue uno de los capos que revitalizo el cómic norteamericano, me hizo tragar ansias. En fin solo diré que después de avanzar pagina tras pagina y ver a Sombra deambular junto al señor Wednesday, sin ningún Plum! Crash! y leer ya haciendo un esfuerzo, después de la pagina 200 que seguían deambulando, decidí cerrar el libro. Y ni me importaba la historia, si no la forma de contar, pero por ese frente tampoco se abrían los fuegos.
Neil Gaiman nació en Inglaterra, junto a Alan Moore y Miller fue uno de los renovadores del cómic norteamericano.
Durante un desayuno de trabajo, Harold me recomendó proseguir con mi empresa. Había escuchado mis quejas pacientemente, y con voz calmada me dijo que lo bueno estaba al final, que todas las historias tiene conexión, que no desfallezca. Y Yo que respeto mucho a Harold, por ser mas fotogénico que yo, obediente asentí. 
Pero esta historia no tiene un final feliz, pues como ya les advertí varias lineas arriba, mis ánimos y el entusiasmo insuflado por mi querido Harold solo duro cincuenta paginas mas. Lo siento Neil, pero tu novela es aburrida. Quizás después de la pagina  doscientos ocurra un Plum! o quizás descubran algún meteorito en la carretera, algún ejemplar del Necronomicon en uno de esos hoteluchos donde Sombra y El Sr. Wenesday suele pasar las noches. El caso es que yo que ando tan escaso de tiempo y tan cansado de andar inventándolo, tuve que cerrar el libro y dar por terminada mi empresa.