jueves, 29 de septiembre de 2016



                                                ZARATE

Todo empezó con el estruendo de un timbre y la desintegración de un sueño que amenazaba con filtrarse por los folículos vacíos que le iba dejando una trepidante alopecia. Aferrado con todas las uñas para no despertar… Raaang!, un segundo timbrazo volvió a remecer la habitación. Resignado, bajo la escalera puteándo el olvido de no haber desconectado aquel aparato del infierno. La emoción de haber logrado camuflar los veinte metros de cable mellizo por los filos y hendiduras, guiándolo con éxito hasta el interior de su habitación, quedo en el recuerdo. No imaginó que tratándose del único timbre, lo apretaría cualquier imbécil. ¡Mierda! y mientras cerraba su boca rabiosa trago una bocanada de aire podrido. Si le hubiera hecho caso al vendedor pensó, una melodía de caja musical y no el Raaang! monstruoso proveniente de un aparato con formas más industriales que domésticas, lo despertaría cada mañana. No había terminado de sofocarse cuando al cruzar el marco de fierro de la puerta, golpeo su pie derecho. Fue un golpe seco. Directo a la uña del dedo gordo. Aferrado a la puerta, calculo lo idiota que sería tumbársela a patadas. Rebalsado de ira y con lágrimas en los ojos saludo a su amigo quien con la mansedumbre acostumbrada, lo esperaba ojeando a sus aires la sección de espectáculos de un diario de cincuenta centavos. Por un segundo le pareció que el gris desvaído del Hillman se disolvía en la neblina nauseabunda que a esas horas invadía las calles. Pero despegandola de sus ojos, se dio cuenta que solo se trataba de una legaña.


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